ME LLAMO DAVID





Hola, me llamo David, y soy de Cantabria.  Tengo 21 años y estudio Ingeniería Civil en Santander, pero dedico casi el mismo tiempo a hacer viajes y escapadas que a estudiar. La fusión de estas dos cosas me ha llevado a la locura de aceptar un traslado de estudios durante todo un año a la PUCV en Valparaíso, Chile. Esa historia está por escribir, ahora os voy a hablar sobre cómo he llegado hasta aquí.


Mi familia nunca ha sido muy aventurera, nuestros viajes siempre se han limitado a unos cuantos kilómetros que hacíamos periódicamente para visitar a parientes de fuera de Cantabria. No fue hasta los 13 años cuando realicé mi primer gran viaje; por motivo de estudios mis padres me enviaron un mes solo con una familia en Irlanda. Habían abierto el cajón de una droga que no conocía y de la que fui rápidamente adicto. Una experiencia que me llegó tanto que acabé repitiendo al año siguiente, otro mes, otra vez “por estudios”.



Con 15 años ya estaba avisado: no habría más intercambios. Así que me salí con la mía para ir durante todo el mes de agosto a Suiza con una tía residente allí. Y así descubrí otra forma de turismo, cada lugar que visitábamos era una aventura de senderismo, caminar y caminar hasta llegar a paisajes increíbles. En muchas ocasiones estábamos obligados a superar desniveles de hasta mil metros para llegar al destino inicial. Además a la vuelta de ese viaje comencé mi etapa en el deporte del remo, lo que me llevó a admirar y practicar una variedad de deportes no tan convencionales, pero de los que más he disfrutado y aprendido.



Ya sabía que quería viajar, ya había conocido la aventura, y a los 16 años llegó el último detonante: mi primer gran concierto, de mi grupo favorito (Muse) me llevó hasta Santiago de Compostela, al Xacobeo ’10 en el que fue mi primer festival. Y para festival, el que vivieron mis sentidos. Desde ese momento he perdido la cuenta de los festivales y conciertos a los que he asistido. La música ha sido la razón de la mayoría de mis viajes.

Y así fue como me golpeé por primera vez con la realidad; el dinero no cae del cielo, todos esos viajes suponen una inversión importante de un dinero del que siendo simple estudiante no disponía. En casa, donde por suerte nunca me ha faltado de nada, mis padres ya me habían advertido de que para estudios lo que hiciera falta, pero cualquiera de mis vicios me los tenía que pagar yo, y claro, las “subvenciones” eran escasas. Empecé a mirar más el dinero, salía los fines de semana, pero no consumía, todo pensando en los periodos de viajes y conciertos que tarde o temprano terminarían llegando.

De pronto había acabado el instituto, tenía 17 años y llegaba el que iba a ser el último verano antes de empezar ese periodo de infelicidad que trae un grado universitario. Nos pusimos de acuerdo varios amigos de diferentes nacionalidades y emprendimos un Interrail que recorrería 16 grandes ciudades de Europa durante todo un mes. Éramos jóvenes, alocados, y unos putos desastres. El viaje que disfrutamos al máximo de principio a fin se convirtió en un ejemplo de supervivencia del que aprender de todo: viajar mucho, pagar poco y no morir en el intento. Hasta la fecha lo considero el viaje de mi vida.




Desde entonces he hecho un poco de todo, en la medida que los estudios me lo han permitido. Una vez eliminados los límites que fijan los miedos: he dormido en playas, estaciones…, me he subido al coche con desconocidos, he aprendido a viajar solo… 

Pero queda mucho por hacer.